puff...
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  • muy recomendados!

    Burning Day
    Casita de sueños
    En el subte
    Era esto o un curso de cocina
    Merengadas, sonrisas, rumba y amor
    Mis dos centavos
    Mundo Acme
    Sacada de Contexto
    Sería más sencillo que te desnudes ahora
    Tropiezos y Mariposas
    =)
    !
     

    27.1.04

    No sé por qué se las considera como entrada, para mí son más que eso.
    Lejos de serme predilectas, lejos de gritar a diario por ellas, las empanadas merecen ser un plato principal. O al menos más reconocidas.

    Sin duda las mejores son las caseras-caseras, esas que te invitan a no parar de comerlas.
    Pero no siempre se cuenta con semejante placer, no es algo cotidiano. Y para esto están los negocios que nos las proveen.
    Una vida agitada requiere soluciones rápidas. Por esto recurrimos a ellos cuando nuestro empanadoso estómago las solicita.

    Llamamos, encargamos, cortamos. Jugos gástricos juegan a deleitarse por adelantado.

    Esperamos, esperamos, llegaron, mordemos... ¡CHASCO! ¡La empanada no coincide con su dibujito referencial!

    Y esta es la cuestión: ¿Cómo establecer 30 diferentes marcas en 10 cm. de masa?
    Las empresas se ocuparon de la identificación de cada una, pero no tuvieron muy en cuenta la variación que el calor les produce.
    La forma todas la mantienen [salvo las árabes], para identificarlas suelen: hacer diferentes estilos de repulgo, agujerearlas, doblarle alguna o ambas puntas, marcarlas con cruces e infinidades de cosas más. Claro que todo es pre-cocción.
    Lo que sucede es que la masa se modifica; el agujero pudo taparse, la cruz borrarse, la doblada punta desdoblarse y el repulgo perder lo especial.

    Este es un inconveniente para el consumidor; las empresas al elaborarlas saben cuál es cúal [tendrán estantes rotulados], después de todo las hornean.

    Nuestro gusto es ese que siente un baldazo de agua helada cuando cree en algo que termina no siéndolo.
    Supongamos esta situación: Almuerzo en familia. Una docena de empanadas. 4 de carne común, 3 de jamón y queso, 3 de humita y 2 de atún.
    Yo, que pido de carne, tengo el doble de posibilidad de comer una de ellas que de atún.
    Después de haber estudiado cuidadosamente las minuciosas diferencias entre cada una, decido que ésa es de carne... y oops! No, era de atún. Acá no vale eso de "para que sea de carne tiene que haber 4 iguales"... no, no vale porque las cuatro igualan una sola cosa: que es distinta una de otra.

    No se puede estar adivinando qué se está por comer. Una solución sería que se pusiera bolsitas con el gusto impreso y adentro las empanadas. ¿Un gasto más? No, una inversión.
    No desecho la idea de marcarlas previamente, sólo digo que podría mejorar.
    Algo que las marque realmente. Se necesitan 4 o 5 símbolos diferentes [letras, números, dibujos] para este propósito. Incrustados en un costado y en hilera.
    Usando 5 podrían hasta cuadruplicar la variedad de gustos y así cada empanada tendría su simbología única.

    Sí, puede ser hasta divertido esto de ir descifrándolas, hurgándolas, manoseándolas.
    Mas siempre me han predicado: "No juegues con la comida".

    23.1.04

    Miedo es algo que no pocas veces he sentido. Inseguridad, calma, bronca, impotencia, felicidad, grandeza, orgullo, esperanza, amor... todas cosas recurrentes en mi vida. Como el miedo.
    Igualmente creo que los parámetros se modifican a medida que crecemos. Algunos se amplifican, otros hasta desaparecen.

    Sin embargo al menos uno en mi no ha variado, se mantuvo siempre estable y alto.
    Lo que más oyeron mis oídos, de mi boca, fue: "Soy alérgico a los mosquitos".
    Esa frase me persigue desde que uso la razón. No sé cuán cierto sea esto, pero es algo que mamá me grabó.

    He desarrollado una espeluznante fobia hacia ellos. No sin fundamentos.

    Su gran hazaña: más de 100 picaduras sobre mi humanidad. Y no es broma. Les costó algo más de una tarde. ¿Sabés lo que fue vivir esa noche, tirado en mi cama, llorando del dolor?
    Suena a desangramiento. Pero no, como máximo pudieron chuparme sólo 0.0005 de litro de sangre.

    Desde entonces me he enfrentado a ellos mútiples veces. Aunque me gustaría decirlo con orgullo y valentía suficientes como para no aterrarme si viniese alguno a buscarme en este momento.

    Tomé sus vidas con diferentes técnicas improvisadas: los atoallé contra techos y paredes, los ojoteé [entiéndase que usé ojotas para mi propósito], con libros, con mis propias manos y, hasta incluso, lanzándoles pelotas de tenis [hasta tal punto llegó mi agilidad].
    Les ha tocado a todos en momentos diferentes: apoyados [con paz envidiable], en pleno vuelo, en el campo de batalla, sabiendo su trágico destino, apareándose.

    Es inevitable su fin. Es inevitable mi estado frente a ellos.
    Ellos pensarán que podrán con mi carne trémula [como tantas veces lo hicieron], yo pensaré cómo sobrevivir.

    No cuestiono su existir. Sólo los advierto: Tal vez se rían del Off, maldigan a los espirales y condenen a las pastillitas... pero a mi me respetarán.
    Soy uno de ellos, de eso se ocuparon todos estos años.

    No podrán vencerme.

    21.1.04

    Me gusta ir al cine. Es uno de los lugares que más disfruto.

    No pido demasiado: una buena butaca, un buen aire acondicionado y paz. La tan buscada y poco encontrada paz.

    Sucede que, ahora, en todos los cines está permitido comer. Bueno, practicamente en todos [alguno a salvo debe haber].
    No es que vaya en contra de esta necesidad humana por excelencia, sólo creo que algunas cosas no están en su lugar.

    Se va al cine en busca de un sitio donde la película envuelva a su público. La película tiene que hacerlo, no el vecino de atrás con sus galletas "Oreo" defectuosas.

    El cine proporciona lo que debe: buenos asientos reclinables, buen sistema de aire, óptimo sonido y luces guía en las escaleras.

    Anteriormente, creo que por una cuestión de limpieza, no se permitía el ingreso con comidas o bebidas. Actualmente pareciera ser que no se lo permite sin ellas.

    El tiempo que puede uno pasar sentado en esa butaca varía: 80 a 200 minutos.
    Es entendible que esta necesidad surja, para algunos más y para otros menos.

    Pero, ¿es necesario tener que abrir el ansiado paquete al comienzo de la película? Si tanto hambre teníamos podíamos comer en los avances. O incluso antes de entrar a la sala.
    En caso de que nos brote en el momento justo que vemos al protagonista sobre la pantalla, ¿no pudimos prevenir ese molesto ruido? Tampoco es lo que más nos divierte que se nos rehúse y tengamos que lidiar a escondidas con él. Tendemos a abrirlo despacio, y hasta ponemos sentimientos de amor en el pobre plástico y lograr así el objetivo.
    No sé qué es peor: si no poder abrirlo y ese apetito que nos devora, o la vergüenza del "shHhHH!!!" a nuestras espaldas. Cualquiera sea el motivo, cualquiera el momento, buscamos lo mismo: el trabajo de hormiga.

    Las gaseosas entran en la categoría "silenciosos", junto a las gomitas multicolor y chicles [sin globitos].
    Luego le siguen los pochoclos. Nada objeto contra ellos, son el alimento peliculero desde siempre.
    Los "ruidosos" son los paquetosos: Oreo, Pepitos, M&M's, Sugus, Melba, Mantecol, etc, etc, etc. Son, tal vez, los más ricos [al menos a mis golosos ojos] y es por esa razón que no podrían desaparecer de las butacas. Llegaron para quedarse.

    Insisto con la defensa de los consumidores: Uno va al cine para darle su tiempo a los cineastas y no a sus hambrientos pares.

    Abrir antes los paquetes beneficia a todos. Eso sí, si por alguna razón te olvidaste de hacerlo... por favor, ¡hacelo rápido y de un tirón!

    18.1.04

    A muchos les resulta de gran utilidad. Yo, personalmente, dudo de ello.
    Más que nada porque creo en que mientras más trates de prevenir algo, más posibilidades hay de que suceda. Podría citar como ejemplo cuando, a la noche, tratamos de no hacer algún ruido fuerte para dejar dormir a familiares y se nos rompe un vaso, movemos algo bruscamente o la puerta chilla más que de costumbre.

    Pensándolo bien tal vez sí tengan tal utilidad. Aunque no sé quién le da la mejor: si la gente que los usa para "evitar" mojarse o aquellos vendedores que los perforan con anillos y cadenitas.

    Nubes, oscuridad, pegoteo, vientos, insectos... lluvia estrepitosa. No hay por qué alarmarse: tenés paraguas.
    Este armatoste nos provee la seguridad [aparente] de no mojarnos.
    Cuestión que se sale a la calle creyendo salvarse de esas gotas que otros deberán soportar.
    Si los utilizan es porque odian mojarse, y si odian mojarse... existe algo peor que mojarse por causa ajena a la función de su utensilio portátil? Y esto es, practicamente, inevitable.

    Nadie los juzga por emplearlos, nadie los mira mal por las calles cuando los llevan cerrados porque el día mejoró notablemente y deben cargar con él el resto de la jornada.
    Debe entonces haber alguna explicación al por qué de caminar debajo de los techitos si las gotas no les llegarían inclusive sin ellos. Entorpecen a los que no lo llevamos, a los que sí nos afecta cada gotita que cae directamente en nuestro cuello, nariz, ojos, ropa, zapatos... sobre nuestra totalidad.
    A quienes no llevan paraguas y corren bajo la lluvia tampoco llego a entederlos, pero menos aún a los que sí lo llevan e incluso también corren. Será que están tan apurados? O simplemente querrán pasar desapercibidos?

    No siempre llueve con inclinación cero, muchas veces la lluvia es acompañada de fuertes vientos. Factor que no ayuda a nuestro querido amigo. Porque tampoco es recomendable andar a lo caballero medieval por el medio de la Av. Santa Fe, o a lo torreta antiaérea haciendo estrellar las gotas en nuestro escudo.
    Si lográramos esto dejaríamos al descuido distintos sectores, por lo que no es una solución.

    Supongamos un día de lluvia ni muy muy, ni tan tan... en donde, emparaguados, estamos por llegar a destino solamente mojados en la suela de nuestros zapatos [situación perfecta].
    La probabilidad de que esto suceda es de 0.0000001 por cada día pluvioso.
    Todo indica que nos toparemos con: una baldosa bien floja que nos manchará el pantalón recién lavado, algún vehículo salpicando agua del cordón, alguien que al cerrar un paraguas y sacudirlo por la ventana de su casa lleve sus gotas directamente a la camisa, vientos extremadamente fuertes que te lo inviertan [eso sin contar la posibilidad que te lo vuele], y todos los accidentes que, ocasionalmente, puedan sucederte.
    Esto irrita mucho, ya que se plantea el problema: si me mojo lo mismo, para qué salgo con paraguas?
    Pero dicho planteo se borra de sus cabezas cuando una nueva lluvia amenaza a la ciudad.

    "He olvidado mi paraguas" escribió alguna vez Nietzsche.
    Yo completaría la frase: "Por suerte he olvidado mi paraguas". Mejor solo que mal acompañado.

    14.1.04

    Nos aterroriza no tener qué decir. Silencios... nos espanta que existan.
    Creo que el silencio nos muestra. Sólo hay que interpretarlos: podemos saber cuando una persona nos oculta algo, cuando teme, o ya sea porque no tiene qué decir.

    "Cuando hables procura que tus palabras sean mejor que el silencio". Muchas veces esto me hizo desear jamás volver a hablar.

    Pero no tiene caso escribir generalidades, pasemos a lo interesante: lo particular.

    Es bochornoso cómo las personas tratamos de evitar esos silencios hablando de cualquier cosa, ya sea para hacer un momento más llevadero o para no quedar mal frente a una falsa obligación de generar sonidos a lo máquina.

    Caso típico por excelencia en un taxi: el clima.
    Parece ser que no encontramos cosa mejor que hablar de él. Como si realmente fuera de interés propio o para el pobre chofer.

    "Cómo se mojoró el día!! Parecía que iba a largarse una..!!", "Ta fresquito, eh?" o "Qué insoportable está! cuánta humedad!!".
    Pero tal vez no es lo peor de todo este asunto. Existe el compromiso [claro, uno que habla obligadamente espera que también le respondan] del que venía tranquilo a contestar el innecesario comentario recientemente realizado.
    Como el otro se animó antes a hablar, uno debería contestar y seguir así la charla. Que puede durar un periquete o hasta puede prolongarse como el final de Inteligencia Artificial [si no la viste, te envidio]. Y es acá donde empieza el arte: hablar por hablar con estilo.
    ¿Cómo lograr que una charla climática dure un viaje en taxi del Microcentro a San Telmo? Realmente no lo sé, habrá que cubrir todos los posibles estados del tiempo, temperaturas medias [del día y del fin de semana pasado], humedad e incluso la puesta del Sol.
    En vacaciones, estos "ladrones del silencio", tienen más variantes: cómo estuvo el clima en sus días por la costa. En caso de no haber ido, tendrán como recurso los de sus familiares. Pero tranquilos, siempre encuentran algo.

    Y es así, no importa que sea un completo extraño quien los escuche. Nada pesa más que la incomodidad del silencio.

    12.1.04

    ¿Alguien puede decirme cómo suena un semáforo para ciegos? Hablo de la atención que se le presta a ese pequeño aparato que en señaladas esquinas se puede encontrar.
    Realmente no sé cuándo fueron puestos en vigencia, o quién los puso... pero puedo intuir que esa persona no tenía idea de lo que estaba haciendo.
    Buenos Aires es una ciudad que si algo posee es ruido. Llevar a sus calles un artefacto ruidoso proporcionaría aún más caos. Lo cierto es que están y se confunden con alguna alarma o relojes despertadores en puestos ambulantes.
    Al implementarlos se "sacaron" un problema de encima. En mi opinión, no hicieron más que empeorarlo.

    Muchos de nosotros hemos ayudado a cieguitos a cruzar una calle, los hemos visto pispear senderos y hasta pudimos explicarles algo que veíamos.
    "Cada habitante tiene los mismos derechos y libertades, siempre y cuando haga nada por corromperlo".

    Ok. Los ciegos corrían un grave peligro: no saber cuándo cruzar la calle. Esto les llevaba a pedir ayuda a alguna persona que pasara por ahí, lo que genera una dependencia extrema.
    Partamos de que son personas normales, con familia, amigos, ocupaciones y horarios a cumplir. Cuando no contaban con estos semáforos podían llegar a estar varios minutos esperando por cruzar una calle y corría un mayor riesgo su vida.
    Antes estaban condenados [de alguna manera] a quedarse en sus casas y salir con compañía asegurada. Pero alguien pensó en ellos, alguien se preocupó por su bienestar, seguridad y por que no se sientieran excluídos de la sociedad. Para esto instalaron 13 semáforos en toda la ciudad. Acto hermoso, no?
    Hablamos de igualdades, pero con 13 semáforos... hasta dónde puede llegar una persona? Acaso no puede ir al centro y pasear? O vivir en Palermo y caminar hasta Cabildo?
    Además, con qué criterio instalaron los semáforos en esas esquinas? Acaso encuestaron a los habitantes ciegos para llegar a un acuerdo? Y si sólo se contaba con presupuesto para esos pocos semáforos, no es peor el remedio que la enfermedad?

    Las esquinas seleccionadas para dichos semáforos parecen haberlo sido azarozamente. No hay dos cuadras seguidas en que se encuentren semáforos de ciegos. Si un ciego quisiera ir de Córdoba y Pellegrini hasta Tucumán no podría llegar sin la ayuda con la que contaba antes de estos aparatos dispensables: la gente.
    Digamos que las autoridades elaboraron un plan para la colocación de los mismos. No pudieron basarse en la cantidad de tráfico, ni en avenidas ni en circulación de gente.
    Cada calle es un mundo de autos, en cada una se repite el constante peligro. En todo caso hasta me parece más peligrosa una calle en donde pasa un auto cada tanto.

    Volviendo a la indignación que sentiría una persona que si en pos de ser ayudada es perjudicada aún más, ahora no sólo están condicionados a los lugares que transitan por la buena voluntad de la gente, sino por esos aparatos malditos que están donde menos se los necesita.

    ¿Hasta qué punto es más importante el no colmar [si esto es aún posible] a la ciudad de ruidos molestos que la vida de un ciego? El riesgo que corre un ciego apurado es inversamente proporcional al interés que muestran las autoridades por salvarlo.

    Se me ocurren algunas posibles soluciones.
    La primera representaría al mundo ideal: establecerlos en cada esquina. Pero sé de la imposibilidad de esto, de hecho ni semáforos comunes hay en cada una. No funcionaría, además no hay tantos ciegos que justifiquen semejante acción.
    Otra es la de la creación de una ciudad exclusiva: si bien los 13 semáforos son pocos, hablo de agrupar a la gente. Supongamos una ciudad de 5 cuadras a la redonda. Necesitaríamos algunos semáforos más, pero habría seguridad. Seamos realistas: si bien un ciego tiene derecho de ir a Tigre, podríamos construirles un "Tigre" en su ciudad y ellos optar por ir allí, en donde llegarían sin peligro alguno. Incluso se podría incursionar en el desarrollo de herramientas para personas con esta discapacidad. Por ejemplo: en los shoppings de esta "Ciudad Ideal" habrían publicidades que hablen y marquen caminos.
    En ella las personas se sentirían bien porque pueden explorar su independencia, trabajarían, vivirían... serían felices. Claro que si alguno quisiera salir podría hacerlo, o si no se adaptara... pero eso sí, deberá aceptar las condiciones en las que vive hoy en día. Podrá ir a Tigre, Belgrano y San Telmo, pero a expensas propias.
    La otra es dejarlo todo como está: pocos semáforos y dispersos, gente corriendo sin tiempo, vehículos duplicando velocidades máximas... en fin. El caos conocido, ese en donde unos semáforos más harían todo demasiado confuso, pero en donde unos menos no harían diferencia.